Yule era el nombre de un festival de invierno que tuvo lugar en diciembre y enero en el calendario lunar alemán.  En el siglo IV, la iglesia decidió celebrar el nacimiento del Señor Jesucristo en ese momento con una fiesta de 12 días, a menudo llamada Epifanía o la Fiesta de la Natividad.

Planearon la fiesta para que correspondiera con la fiesta pagana, la fiesta del Sol Invictus, que celebraba el solsticio de invierno y los días que se alargaban gradualmente debido al aumento de la luz solar.

Con el tiempo, estas fiestas se fusionaron para convertirse en las vacaciones que ahora conocemos como Navidad. En el lenguaje de hoy, Yule es simplemente la fiesta que celebra el nacimiento de Cristo; Yuletide es la temporada navideña. Si bien muchos aspectos de la historia del nacimiento de Jesús se celebran en la temporada de Yule, los restos de las fiestas y celebraciones originales también aparecen en muchos villancicos y tradiciones navideñas.

El término Yule, aunque ha cambiado de significado a través de los siglos, es un remanente de una fiesta secular que se ha visto ensombrecida por la celebración del nacimiento de Jesús. Las celebraciones navideñas en Occidente se han convertido en una mezcolanza de personajes, tradiciones y símbolos que no necesariamente van de la mano pero que se han apropiado para servir una fiesta cristiana. 

Sin embargo, una familia elige celebrar la Navidad, es importante que los cristianos recuerden que las celebraciones seculares son agradables, pero el significado de la Navidad va más allá de las fiestas y el brillo. El Yule que celebramos es la realidad de que “Dios se hizo hombre para llevar al hombre a Dios” (2 Corintios 5:21). Y deberíamos celebrar esa verdad todo el año, o por lo menos el concepto que yace entre sus línea. Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera.  Debemos entender que somos la divinidad que a veces con tanto fervor buscamos afuera.